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EL CUÑAO DE ALGUIEN LO HACE MEJOR QUE TÚ

camerontruck    .

Por Juanjo Ramírez Mascaró.

Hace poco me contaron una anécdota. Algo que ocurrió de verdad, a medias divertido, a medias escalofriante. Le pasó a un cómico bastante conocido, cuyo nombre omitiré en señal de respeto.

El cómico en cuestión estaba sobre el escenario compartiendo su monólogo con el público, pero algo le hacía perder la concentración. Un individuo al fondo de la sala, acodado en la barra del bar, hablando a gritos, despreciando ese show por el que presuntamente había pagado. El típico cuñao de alguien.

Entonces el cómico cometió un grave error: Detuvo su número e interpeló directamente a ese tipo, diciéndole: “¿Te crees más gracioso que yo? ¿Te crees que lo que estás diciendo es más interesante que lo mío? Pues sube aquí y demuéstralo.

¿Por qué digo que fue un error? Porque ese “cuñao de alguien” le tomó la palabra. En vez de amedrentarse, subió al escenario y empezó a contar chistes. Se metió al público en el bolsillo. La gente se reía con él el triple que con el cómico profesional, que a los pocos minutos se marchó despechado.

Creo que existe un miedo, una aprensión que es común a cómicos como éste, a actores, a guionistas… El miedo de que esa persona amateur irrumpa en nuestro escenario como un elefante en una cacharrería y demuestre que puede hacerlo mejor que nosotros, que sabe conectar mejor con el público, que despliega con una soltura casi insultante esa misma magia que a nosotros nos ha costado años de estudios y oficio aprender a manejar de una forma más bien titubeante.

Las nuestras son profesiones de ésas en las que se maneja mucho la palabra intrusismo.

Intrusismo…

A veces pienso que esa palabra se usa sólo en gremios cuyas puertas y tabiques son tan endebles que, en efecto, las puede atravesar cualquiera.

Otra veces me da por pensar que el intrusismo existe en casi todos los oficios. Los médicos acusarán de intrusismo al homeópata, los pintores figurativos acusarán de intrusismo a los abstractos, los gestores acusarán de intrusismo a ese mismo cuñao de antes que, lo mismo que se sube a contar chistes a un escenario, te hace gratis la declaración de la renta, con errores y cabos sueltos, sí, pero te la hace.

Otra pregunta que nos podríamos hacer es si existen intrusismos más peligrosos que otros, o incluso si algunos “intrusismos” están más aceptados que otros en nuestra sociedad.

En cine y televisión es complicado hablar de intrusismo sin que nos explote la cabeza intentando asimilar paradojas. ¿Cómo podemos hablar de intrusismo en este oficio, cuando nos cuentan que James Cameron era camionero antes de dedicarse al cine, que Quentin Tarantino era dependiente en un videoclub, que Steven Spielberg dejó a medias sus estudios de cine y décadas más tarde decidió terminarlos presentando como proyecto de fin de carrera una cosilla audiovisual que hizo, titulada La Lista de Schindler?

¿Se debe tal vez a que el nuestro es un oficio relativamente nuevo? Los padres fundadores de los distintos oficios no solían tener experiencia previa en el sector, por la sencilla razón de que el sector no existía antes de que lo inventasen ellos. El cine y la televisión son artes relativamente recientes. Ciento y pico años pueden parecernos una eternidad, pero desde una perspectiva histórica es posible que aún estemos en la “prehistoria del audiovisual”. Las reglas aún no están totalmente definidas, damos bandazos aplicando métodos de ensayo y error, somos colonos pioneros en un “salvaje Oeste” que quizá esté aún más inexplorado de lo que creemos.

¿Llegará un momento en que las leyes del audiovisual y las respuestas del público estén tan estudiadas, tan medidas que uno pueda juzgar en términos objetivos si una narración es o no válida, si un artista está o no capacitado para ejercer… del mismo modo en que se juzga la validez de un asiento contable o los resultados de un trasplante de médula? La idea me produce cierto repelús. Quiero pensar que eso es incompatible con la naturaleza del Arte y con la de los vacíos interiores que intentamos llenar gracias a él.

Pero, ¿quién sabe?

Lo cierto es que, hoy por hoy, las peculiaridades de lo artístico no parecen traducibles a otras profesiones. ¿Os imagináis una revista con críticas de operaciones quirúrgicas? “Este cirujano… se nota que hace mal las operaciones de apendicitis, pero tiene algo, no sé… las hace con mucha personalidad. Ha conmocionado a toda esa planta del hospital. La herida está mal cosida y se está infectando pero, no sé… hay hallazgos ahí, me provoca sensaciones encontradas y eso me resulta interesante. Creo que dentro de tres o cuatro operaciones hará una realmente redonda, aunque quizá sigamos apreciando más lo que ha logrado con ésta, por su frescura y su descaro.

Una profesión que sí da mucho juego a la hora de hacer comparaciones con lo nuestro es la Arquitectura. Quizá se deba a que ambos trabajos, a su manera, prestan mucha atención a la estructura.

Estoy convencido de que casi cualquiera con un poco de voluntad y sentido común puede levantar una choza de adobe o una cabaña de madera. Es posible que el resultado sea un poco tosco, muy endeble… pero se tendrá en pie. Si queremos que la choza además de tenerse en pie por sí sola sea capaz de resistir fuertes golpes de viento necesitaremos ciertos conocimientos sobre cómo ensamblar las piedras o cómo apuntalar las maderas, pero seguirá tratándose de algo al alcance de una persona medianamente habilidosa. Ni siquiera harán falta planos ni conocimientos de arquitectura. Pero sigamos jugando a los tres cerditos: ¿Qué ocurre cuando nos da por edificar fortalezas, por construir catedrales enormes, por levantar rascacielos capaces de resistir un terremoto? Eso ya son palabras mayores, ¿verdad?

¿Podemos traducir todo eso a términos de narración y entretenimiento? Cualquier “cuñao de alguien” medianamente habilidoso podrá subirse a un escenario y construir una choza. Incluso una choza preciosa que cautive nuestro interés, que nos emocione, que nos haga reír. Algunas series de televisión, sin embargo, no son chozas, ni siquiera poblados de chozas… sino catedrales con estructuras complejísimas. Y algunas películas son como rascacielos imponentes capaces de hacer frente a un huracán. Algunos culebrones y algunos programas de entretenimiento son como gestionar el mantenimiento de un aeropuerto por el que pasan miles de personas a diario.

Es relativamente sencillo subirse a un escenario y construir una choza magnífica, pero sólo un profesional es capaz de construirte varias chozas cada día durante meses y que todas, mal que bien, se tengan en pie.

Uno de mis antiguos profesores de guión, Jorge Grau, soltó en el aula unas palabras que me calaron muy hondo. Voy a intentar parafrasearle: “Casi cualquier persona puede escribir una buena película, porque todos tenemos dentro una historia interesante que contar, y cuando algo es tan auténtico, la propia inocencia con que se cuenta es poderosa. Pero una buena segunda película no la puede escribir cualquiera.

Espero no haber distorsionado demasiado las palabras de Grau. Parece ser que estas reflexiones conducen, como siempre, a ese término medio aristotélico – virtuoso, y por lo tanto aburrido –, y en este caso el término medio podría definirse como un cóctel de sangre fresca intrusista y dominio del oficio y de la técnica. En ocasiones el propio instrusista irá adquiriendo ese oficio poco a poco, gracias al amor y el respeto que sentirá hacia este arte casi sagrado al que nos dedicamos. En otras ocasiones los intrusistas estarán respaldados por profesionales que les ayudarán a canalizar mejor esa frescura descarriada.

Esa simbiosis entre la energía dispersa del rayo láser y la lente pulida que lo concentra y lo proyecta hacia el lugar adecuado.

Tampoco podemos olvidar que la gente de nuestro propio gremio también ha practicado el intrusismo en otros sectores.

¿O no hay actores que se meten en política?

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¿O incluso ejercen de gobernadores de California o presidentes de los EEUU?

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Cabe también la posibilidad de que nuestro oficio no sea tan atípico en estas cuestiones como a veces creemos. La Arquitectura reciente, por ejemplo, también abre sus puertas al intrusismo.

El creador de uno de los portentos más sonados en la historia de la arquitectura, el Crystal Palace (Londres. 1851) no era arquitecto, sino jardinero.

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O qué decir de la isla de Lanzarote, que debe gran parte de su economía al turismo que generan las construcciones de César Manrique, un tipo que no estudió Arquitectura, sino Bellas Artes.

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Nos cuesta más asimilar la existencia de arquitectos sin estudios que la de narradores sin estudios. Tiene su lógica. Si un edificio se viene abajo puede matar a un montón de gente. Nosotros, como mucho, podemos provocar que un niño se arroje desde lo alto del edificio porque cree que es capaz de volar.

O puede que ciertos edificios narrativos sean incluso más peligrosos que los edificios reales. ¿Fabricamos mariposas que aletean en la pantalla y provocan terremotos en el mundo real? Charles Manson mandó a asesinar a unas cuantas personas porque malinterpretó una canción de los Beatles. Ciertos señores escribieron la Biblia y el Corán y provocaron guerras a lo largo y ancho del planeta. Algunos – quién sabe si muy a la ligera – acusan a Nietzsche y a Wagner de inspirar los delirios de Hitler.

¿A quién exigimos esas responsabilidades? ¿A quien escribe? ¿A quien lo interpreta? ¿A nadie? ¿A todos? Eso, sin duda, daría para otro post.

 

3 comentarios en «EL CUÑAO DE ALGUIEN LO HACE MEJOR QUE TÚ»

  1. Estoy muy de acuerdo con ese parafraseo de Jorge Grau y da mucho que pensar. ¿Acaso ese “cuñao” que sale al escenario y cuenta un par de chistes tendría la misma solvencia cuando entrase una segunda vez, con el público expectante? ¿O el que construye su propia casucha tendrá la motivación suficiente para construir otra para un amigo? No pasa lo mismo con el primo que te hace la declaración de la renta, sin embargo. Supongo que serán cosas distintas.

    Por otra parte, nadie nace sabiendo. Todos tenemos que “intruir” un terreno en un momento o en otro. Unos empiezan a los 18 (al iniciar una carrera) y otros cambian su vida con 46.

  2. Lo ideal sería que algún día el término intruso se convierta en un valor en tantos sectores en donde lo que de verdad cuenta es el talento, la creatividad y la actitud. A mi me sorprende, en mi sector, como se desgarran las vestiduras con este tema, siendo que la mayoría fueron intrusos en su día. La gracia precisamente esta en que cualquiera puede aportar venga de donde venga, cosas que tú ni imaginarias, porque, no nos engañemos, hay actividades donde el oficio es secundario (y fácilmente asumible). Todo lo demás es corporativismo.

Los comentarios están cerrados.

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